Viernes 22 de marzo de 2013
Anoche estaba aburrido en el Savoy y me dediqué a releer párrafos que he ido seleccionando de las cartas que me escribió Kate Sinclair en todos estos años. Dicen mucho de ella y algunos incluso me traen recuerdos de mí. Tienen en común esa letra menuda de Katie que en la penumbra parece barba de tres días y dicen así:
- “Esta tarde me senté abrigada en la playa y traté de anotar en un papel la última vez que fui feliz. Al cabo de un rato me di cuenta de que no tenía tanta memoria”.
- “Nada en mi vida ha vuelto a ser como cuando era niña en Vermont. Mis padres se querían mucho y empañaban los cristales del salón cada vez que se abrazaban”.
- “Nunca me importó el confort, ni le he dado demasiado valor a los bienes materiales. De niña metí una moneda de cincuenta centavos en la jaula del grillo porque el maestro de la escuela me dijo que aquel pequeño pedazo de metal era la larva del dinero. Lo único que conseguí fue que el grillo dejase de cantar”.
- “Cuando triunfé en la literatura me dijeron que aquello era como estar en la cima del mundo. ¡Mentira, Al!. Yo me habría conformado con saber qué siente una mujer al ponerse en las puntas de los pies para besar a un hombre”.
- “La vanidad no conduce a nada, querido Al. En realidad, por muy alta que sea, no hay una sola montaña cuya cima no esté en el suelo”.
- “Era más feliz cuando en casa no había calefacción y en la chimenea tiritaba aquel fuego de leña con las llamas de lana azul. Yo entonces era solo una niña. Fue en la víspera de mi adolescencia, cuando me parecía que las mujeres mayores meaban por una gárgola de loza estallada”.
- “No sabría como resumirte lo que siento ahora que todo me va mal por culpa de haber triunfado. La última vez que me abrazó un hombre, tuve que rogarle que no se disculpase. Mi querido Al, temo que cualquier día me pida ayuda el teléfono de la esperanza”
 
 
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