viernes, 12 de abril de 2013

Crónicas del Savoy - 26 (Temporada 2012-2013)

Viernes 12 de abril de 2013

Recuerdo que aquella madrugada en el Savoy un desconocido se acercó a Terry Shelton y le dijo: “Me gustaría cenar mañana contigo. Tranquila, no pretendo nada. Soy un tipo solitario. Solo quiero saber que se siente al levantar el teléfono y reservar mesa para dos”. Nunca supe en qué quedó aquello. Terry negó haber aceptado la cita y yo no volví a tener noticias de aquel tipo.
Hay muchos hombres así de madrugada en cualquier ciudad. Como Harry McPherson, que yace enterrado en Tulsa, Oklahoma, bajo una lápida en la que se lee: “Fui hermano del silencio y pariente del olvido”. Creía Harry que sus posibilidades de emparejarse con una mujer eran las mismas que las de tropezarse con una bala perdida. McPherson se había criado en un hospicio en Baltimore y no tuvo nombre hasta que fue mayor. Decía de si mismo que “era como un fuego primerizo que ardiese sin humo, como una lámpara con la tulipa iluminada por el resplandor de una bombilla negra”. Antes de que un juez lo bautizase para saber a quien diablos metía en prisión, decía que se llamaba “Eh, Tú”. La madrugada que coincidí con él en el Savoy, me dijo Harry: “De niño alguien me dijo que yo era católico. No tuve nombre hasta entrar en prisión. Creí que estaba condenado a que al final de mis días un sacerdote compasivo me bautizase con la extremaunción. Un policía me dijo en Denver que yo sería para siempre hermano del silencio y pariente del olvido. Y que si por cualquier error una mujer aceptase bailar conmigo, por muy estrellada que estuviese la noche, aparecerían de repente las nubes y una lluvia torrencial dispersaría el baile. Aquel tipo tenía razón, Al. Nunca tuve pareja, ni estoy en los recuerdos de nadie que tenga memoria. Cada vez que necesitaba que alguien se interesase por mi presencia, iba por la noche a aquel callejón en Tulsa para que me ladrasen los perros”.
Reconozco que me conmueven los hombres como aquel desconocido. Y juraría que fraguan sus dedos en mis manos cada vez que levantó el teléfono y reservo mesa para dos…

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