Viernes 17 de mayo de 2013
Cuenta el gangster Tonino Fiore que cada vez que ordenaba matar a un hombre se libraba de su mala conciencia metiéndose debajo de la ducha y cambiando de ropa. Sabía que por la buena conciencia de un hombre como él, la higiene hacía más que el arrepentimiento. Algo parecido me comentó una madrugada en el Savoy el detective Artie Fuller. Me dijo: “Es algo instintivo, Al. Cuando un hombre y una mujer se compinchan para matar a alguien, una vez cometido el crimen, él se muda la camisa y ella se cepilla el pelo. La verdad es que empecé a desconfiar de Fiore cuando me di cuenta de que en una semana le había conocido nueve camisas distintas. Es algo psicológico, muchacho, como cuando de la bofetada de una mujer el dolor que te queda en la cara no es más fuerte que el aroma que estampa en tu mejilla su jabón de tocador. Créeme, Al: Hay dos clases de mujeres, las chicas buenas que después de cometer una pequeña falta acuden al confesor y aquellas otras que después de cometer un crimen piden la vez en la peluquería”. Puede que Fuller tenga razón. Su teoría de la higiene y la conciencia me recuerda lo que me confesó la veterana cantante Vera Carlisle la noche que se despidió en el Savoy y me dijo: “He sobrevivido a cuatro matrimonios que se fueron a pique por mi culpa. He sido siempre caprichosa e inestable. También he sido siempre una mujer infiel. Pero no tengo mala conciencia por lo que hice con los hombres. Cada vez que le hago daño a mi pareja, me compro un vestido. Es mi manera de vivir, Al. En el fondo tenía razón mi madre cuando, al irme de casa para siempre, me dijo: “Busca tu alma en los escaparates de las tiendas, cariño. A las mujeres como nosotras solo nos entra el remordimiento cuando ya no tenemos ropa que estrenar”. Eso decía mi madre y eso mismo creo yo, Al. Suena feo, amigo mío, pero es como yo lo veo. El caso es que a mi conciencia solo llegan las arrugas que por descuido lleve ese día en la ropa”.
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